Por: Carlos Wurmann*
A pesar de su creciente importancia mundial y de las bajas en la pesca extractiva en muchos países, la acuicultura en América Latina y el Caribe (ALC) es aún una actividad emergente en la mayoría de los casos. Se requiere generar una “gobernanza” propositiva, que invite a crecer, aprovechando las oportunidades de mercado, creando un ambiente propicio para el desarrollo acuícola sostenible.
A pesar de su creciente importancia mundial y de las bajas en la pesca extractiva en muchos países, la acuicultura en América Latina y el Caribe (ALC), con cosechas de casi 3.8 millones de toneladas valoradas a nivel de productor en unos US$15,600 millones en 2020 (excluyendo algas), es aún una actividad emergente en la mayoría de los casos.
Tal es así que, solo tres países (Chile, Ecuador y Brasil), aportaron más del 76% de las cosechas regionales en 2018-2020; mientras que, en ese mismo trienio, 24 de los 44 países con estadísticas acuícolas en ALC produjeron menos de 1,000 toneladas anuales, en ese trienio, y 31 naciones de la región cosecharon menos de 10,000 toneladas anuales.
De hecho, muchas naciones de la región aún no determinan sus potencialidades específicas, no definen con claridad sus estrategias ni sus intenciones futuras, por desconocimiento, descuido o quién sabe qué más; aunque países vecinos, como Ecuador, Chile, Brasil y otros a los que se podría intentar emular, muestren industrias florecientes, con grandes impactos positivos en sus economías, el empleo, entre otros.
Se dejan pasar importantes posibilidades de desarrollo sustentable, de provisión de alimentos y de eventuales exportaciones en la región, desconociendo que disponemos de enormes potenciales sectoriales, y ocupamos el segundo sitial de importancia en los cultivos mundiales, después de Asia.
Acá, sin embargo, ALC muestra valores medios por kilo cultivado (nivel productor) de USD $4.2, frente a USD $2.9 para Asia, y USD $3.0 como promedio mundial en 2020.
“Ahora, cuando se toma la decisión política-estratégica de desarrollar el sector, no es poco habitual que comiencen las improvisaciones, los zigzagueos, las vaguedades y las discontinuidades; situación que, en los casos que encabezan los Gobiernos, conduce a frustraciones y/o fracasos que desprestigian los cultivos acuáticos, ante la falta de resultados tangibles y sostenibles de alguna significación… “
En muchos casos, se pretende solicitar apoyo al sector universitario y de I+D local, para que provea los conocimientos técnicos necesarios, cuando estos mismos probablemente NO están capacitados para estos fines, ni para entregar resultados concretos en plazos razonables.
Si, por el contrario, la producción es liderada por la empresa privada, y posiblemente ante un Estado mal preparado, es probable que adquiera paquetes tecnológicos o invite a expertos extranjeros, para ahorrar tiempo y recursos, y los resultados productivos puedan ser más alentadores, e invitar a realizar mayores inversiones.
Derivado de lo anterior, si el Gobierno del caso no percibe estos movimientos a tiempo, se pueden generar impactos ambientales y/o sociales indeseables, e invalidar así los logros productivos, ante el posible rechazo en los mercados, el ambiente social, etc.
El proceso de desarrollo acuícola no solo debe basarse en reconocer las ventajas y limitaciones de cada país, sean estas geográficas, ambientales, sociales, económicas o políticas, sino también, y lo antes posible, los gobiernos deben ejercer un fuerte liderazgo para direccionar de manera adecuada estos importantes procesos, mediante visiones de futuro realistas, normativa y arreglos institucionales adecuados, y fundamentalmente, a través de personal con la debida capacitación, que entienda de las particularidades sectoriales, de las realidades en otras partes del mundo, y conozca las tendencias en cuestiones de tecnología, mercado, sustentabilidad y tantas otras materias.
“Se trata entonces de generar una “gobernanza” propositiva (no una castradora, como sucede en ocasiones), que invite a crecer, aprovechando las oportunidades de mercado, pero de acuerdo con reglas de juego claras, creando un ambiente propicio para el desarrollo acuícola sostenible.”
Si esto no ocurre, y se improvisa malamente, el país en cuestión limita o impide el crecimiento sectorial, desacredita la acuicultura, y se produce una espiral autodestructiva como producto de lo que podemos llamar “desgobierno acuícola”.
La gobernanza, junto a factores de sostenibilidad, mercado y tecnológicos, es entonces uno de los pilares fundamentales en los que debe descansar el proceso de instauración y/o de crecimiento de la acuicultura en nuestros países. Esta serie de normas, políticas, arreglos institucionales y acuerdos con los sectores productivos, de apoyo y la sociedad civil, son indispensables para guiar procesos exitosos y perdurables.
En consecuencia, debemos preocuparnos de ellos muy concienzudamente, so pena de transitar, de manera alternativa, al desgobierno y al fracaso.
No dejemos que las ilusiones tecnológicas, biológicas, de mercado y de buenas condiciones competitivas, consideradas por sí solas, y de manera aislada de los aspectos de buena gobernanza, cieguen nuestro entendimiento de los procesos que queremos detonar o amplificar.
“Conduzcamos nuestro crecimiento acuícola en forma sostenible, con base en premisas de gobierno bien diseñadas y consensuadas, para garantizar producciones limpias, empleos bien remunerados, en forma amigable con el medio ambiente y las comunidades, y con una rentabilidad económica adecuada.”
ALC ya es líder en la acuicultura mundial, especialmente en Occidente. Entonces, aprovechemos las oportunidades que nos brinda nuestra geografía y otras condicionantes favorables, crezcamos sosteniblemente aplicando gobernanzas adecuadas, y generemos riqueza, bienestar y alimentos para nuestras poblaciones y el mundo.
Este artículo es patrocinado por CIDEEA
Carlos Wurmann G
Ing. Civil Industrial, M.Sc. Economía <brSantiago de Chile.