Por: Carlos Wurmann G.*
En América Latina y el Caribe se ha invertido mucho esfuerzo, capacidades científicas y tecnológicas, así como gastos institucionales, en tratar de volcar nuestra acuicultura desde las especies “introducidas” hacia cultivos de especies autóctonas. Sin embargo, los esfuerzos no han sido particularmente exitosos. La gran interrogante es… ¿vamos a diversificarnos o a divertirnos?
En América Latina y el Caribe se ha invertido mucho esfuerzo, capacidades científicas y tecnológicas, así como gastos institucionales, en tratar de volcar nuestra acuicultura desde las especies “introducidas” hacia cultivos de especies autóctonas, en el afán de evitar problemas ambientales de diversa naturaleza.
Acá, no debe olvidarse que los cultivos más exitosos en muchos de nuestros países se basan en especies y cultivos exóticos, como el salmón y la trucha, el camarón Penaeus vannamei en muchos países, y la tilapia, por nombrar algunos.
Sin embargo, los esfuerzos destinados a producir tecnología para el cultivo de especies nativas no han sido particularmente exitosos, producto –por lo general– de una mala planificación de las actividades de investigación y desarrollo (I+D); del trabajo en aspectos puntuales que no alcanzan a resolver las problemáticas productivas; de la falta de recursos económicos; de la interrupción de estos esfuerzos que suelen tomar más de 10 años, o de un pobre entendimiento de las perspectivas de mercado de especies que quizás son solo (o principalmente) conocidas en mercados locales, y donde su venta masiva requiere de grandes inversiones de dinero y plazos extendidos para hacerse conocidas y permitir cultivos de tamaño comercialmente atractivos.
Así, por cierto, se avanza en el conocimiento de algunos aspectos que son importantes para desarrollar tecnologías y/o mercados, pero en gran parte de los casos, dichos avances no llegan a tener un impacto en la producción y diversificación acuícola en nuestros países, lo que a estas alturas debe ser cuestionado, para forzar a quienes manejan los fondos e inversiones en desarrollo tecnológico y/o de mercados a asumir sus responsabilidades, y se les pida… ¡¡¡resultados concretos!!!
Nuestros países disponen de limitados recursos humanos y financieros como para ser conformistas en estas cuestiones, con lo que debemos rebelarnos frente a tales ineficiencias que nos desgastan y no producen mayores niveles de empleo, seguridad alimentaria y/o divisas.
Universidades, institutos tecnológicos, industria y organismos de Estado deben reunirse y diseñar procesos de asignación de recursos financieros adecuados para estos propósitos, y sobre todo, invertir en un número limitado de especies a la vez, para generar “masa crítica” en las actividades que permitan llegar a buen puerto. También, deben
diseñarse procesos de evaluación continua, para ir desechando actividades que no vayan entregando resultados promisorios.
No nos dejemos ilusionar demasiado por los sueños académicos, la producción de conocimientos aislados o insuficientes, y trabajemos desde ahora para que en los años del 2030 podamos disponer de tecnologías de cultivo confiables, sostenibles y eficientes para especies nativas especialmente atractivas y con mercados y economías productivas bien calibradas y estudiadas.
Comprometámonos ya a completar en los próximos 10 a 15 años –al menos– las técnicas productivas y el conocimiento de mercado para el paíche o pirarucú, cuya producción se ha intentado por décadas en Perú, Brasil y Bolivia, pero se
ven limitadas por la necesidad de mejorar los procesos reproductivos y disminuir los costos de alimentación; otra especie amazónica como la gamitana o tambaquí, de carne deliciosa, con problemas de espinas y requerimientos de mejoras en las técnicas productivas; el erizo blanco en Chile, para ofrecer especies de tamaño comercial en plazos razonables y con técnicas de engorda apropiadas para cultivar cientos de miles de ejemplares; la merluza austral, disponible en pesca extractiva en zonas patagónicas de Chile y Argentina, o con algún lenguado local, especie que hasta la fecha no ha logrado resultados convincentes en Chile, Argentina ni Perú, pero que requiere atención por su extraordinario sabor y demanda insatisfecha.
Alternativamente, y en la medida que las técnicas de recirculación se hagan más eficientes, ¿tal vez nos convenga continuar importando tecnología para otras especies de alto interés comercial, si los esfuerzos de diversificación con especies locales no rinden sus frutos en plazos razonables?
Así, ¿vamos a diversificarnos o a divertirnos?
*Carlos Wurmann G.
Ing. Civil Industrial, M.Sc. Economía
Presidente del Centro Internacional de Estudios Estratégicos para la Acuicultura
(CIDEEA)
Santiago de Chile.
cwurmann@cideea.org