Por: Roberto Arosemena*
Cómo transforma la acuicultura en México y América Latina para cumplir su promesa de desarrollo rural, seguridad alimentaria y sostenibilidad.
El sueño original
En sus inicios en México y América Latina, la acuicultura fue vista como una actividad con un potencial casi milagroso. Su sola mención despertaba entusiasmo en comunidades rurales, gobiernos, universidades y jóvenes profesionistas. Se hablaba de ella como la solución para la seguridad alimentaria, una fuente de empleo y la llave para superar el rezago socioeconómico de comunidades rurales y costeras.
Parecía que, para lograr este “milagro”, solo se necesitaban unos estanques, agua y algo de trabajo.
La visión idealista
Esta visión se alimentó, entre otros temas, de varios hechos:
✓ Las capturas pesqueras dejaron de crecer y se estabilizaron, mientras la demanda de productos acuícolas aumentaba. Se asumió que siempre habría mercado para estos productos.
✓ Se consideró que la acuicultura sería una actividad accesible y de bajo costo para comunidades pobres.
✓ La acuicultura se percibía como una alternativa más amigable con el medio ambiente frente a otras fuentes de proteína.
✓ La “Revolución Verde” de Norman Borlaug, basada en el desarrollo y distribución de variedades de trigo resistentes que evitaron hambrunas y salvaron más de mil millones de vidas en países pobres del mundo, inspiró la esperanza de que la acuicultura sería la “Revolución Azul”, con un impacto similar.
La era del subsidio y la desilusión
Gobiernos y actores del sector adoptaron esta visión idealista. Se afirmó que la acuicultura “resolvería el hambre”, que “era más noble que otras actividades” y que sería fácil de implementar. Subsidios y recursos inundaron el sector.
A medida que la acuicultura creció, surgieron desafíos que antes no se veían: enfermedades, altos costos de insumos, competencia desleal de productos importados, falta de desarrollo de mercados locales y escaso avance tecnológico, entre otros.
Cuando los apoyos gubernamentales se agotaron, la cruda realidad apareció.
Estancamiento y potencial desaprovechado
Actualmente encontramos un desarrollo acuícola muy por debajo del potencial que podría tener en muchos países. Los casos del camarón en Ecuador y el salmón en Chile pueden ser notables excepciones. En México, el cultivo de camarón se desarrolló hasta llegar a un tope donde la falta de aplicación de tecnología no ha permitido un crecimiento adicional significativo. El cultivo de tilapia se encuentra también estancado.
La pregunta es obligatoria: ¿Por qué México no se ha desarrollado más si los mercados mundiales están en crecimiento, somos vecinos del mayor mercado del mundo, tenemos amplia disponibilidad de áreas terrestres y costeras, y contamos con los climas necesarios?
Muchos proyectos que comenzaron con entusiasmo naufragaron por falta de preparación empresarial, estructuras organizativas débiles o dependencia exclusiva del subsidio público. La improvisación técnica y la ausencia de planeación convirtieron buenas intenciones en costosos fracasos.
Replantear la acuicultura
Hoy sabemos que la acuicultura puede ser una herramienta poderosa, pero solo en manos de quienes la entienden como lo que realmente es: una empresa compleja que exige ciencia, administración y disciplina.
Los sueños del pasado no eran falsos, pero sí incompletos. La acuicultura tiene el potencial de transformar comunidades, generar alimento y combatir la pobreza, pero no lo hará sola. Se requiere un cambio de mentalidad, estructura, capacitación y visión a largo plazo por parte de los acuicultores.
Responsabilidad del productor
Es momento de que los acuicultores tomen las riendas de su propio destino. La acuicultura en México y América Latina no puede seguir dependiendo exclusivamente del apoyo gubernamental ni de subsidios temporales.
La realidad es clara: el crecimiento sostenible del sector exige que los productores asuman la responsabilidad de su desarrollo con una visión empresarial sólida y compromiso real.
Los acuicultores deben entender que su éxito está en sus propias manos: en la adopción de buenas prácticas, la profesionalización, la mejora continua y la innovación tecnológica, así como en abrazar una cultura de responsabilidad social y ambiental que fortalezca la confianza de los consumidores y abra puertas a mercados nacionales e internacionales.
La fuerza de la organización gremial
La consolidación de asociaciones gremiales sólidas, representativas y profesionales, es una condición clave para el desarrollo sostenible de la acuicultura que aún falta en muchos países
En un sector caracterizado por la fragmentación, se debe evolucionar hacia modelos de colaboración estructurada que permita a los productores generar economías de escala, fortalecer su capacidad de negociación, acceder a mercados más exigentes y participar de manera activa en la construcción de políticas públicas. Esto es fundamentalmente indispensable para los pequeños y medianos productores en las zonas rurales y costeras.
Solo a través de la organización colectiva será posible crear las sinergias necesarias para enfrentar los desafíos comunes, impulsar la innovación y garantizar una acuicultura más competitiva, responsable y resiliente.
Sin embargo, este avance requiere superar un obstáculo cultural profundo: la mentalidad individualista que ha predominado históricamente. Transformar esa visión hacia una lógica de colaboración y unidad gremial, cooperación técnica y objetivos compartidos es uno de los grandes retos del presente.
El rol del gobierno
Sin embargo, los gobiernos también tienen muchas tareas pendientes: promover la investigación aplicada e innovación, establecer marcos normativos y legales adecuados, promover los mercados nacionales e internacionales, llevar a cabo labores de extensionismo, etc.
Conclusión: visión empresarial y compromiso
Atrás debe quedar la visión romántica de una actividad sencilla y de bajo costo, impulsada por subsidios y buenas intenciones.
El verdadero potencial de este sector solo podrá materializarse si se le concibe y gestiona como una empresa moderna, sustentada en la ciencia, la tecnología, la colaboración gremial y una mentalidad de mejora continua.
Esto implica un cambio profundo en la forma de pensar y actuar de productores, instituciones y gobiernos. La transformación no será fácil ni inmediata, pero es necesaria.
El camino hacia una acuicultura competitiva, responsable y generadora de bienestar está abierto para quienes estén dispuestos a asumir el reto con visión, disciplina y compromiso.
Solo así, con los pies firmes en la realidad y la mirada puesta en el horizonte, la acuicultura podrá cumplir la promesa que alguna vez inspiró a tantos.
“Con los ojos en el cielo y los pies en la tierra”
* Roberto Arosemena es ingeniero Bioquímico con especialidad en Ciencias Marinas por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, Campus Guaymas, y obtuvo su maestría en Acuacultura por la Universidad de Auburn, Alabama en Estados Unidos. Cuenta con más de 35 años de experiencia en el sector acuícola nacional e internacional. Ha ocupado diferentes cargos tanto en el sector tanto privado como gubernamental entre los que destacan haber sido presidente fundador de Productores Acuícolas Integrados de Sinaloa A.C., empresa integradora constituida por 32 granjas camaroneras. Fue director general fundador del Instituto Sinaloense de Acuacultura por más de 9 años. Se desempeñó como secretario técnico de la Comisión de Pesca en la Legislatura LXII en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión. Asimismo, ocupó el cargo de director ejecutivo del Consejo Empresarial de Tilapia Mexicana A.C. Actualmente se desempeña como director general de NDC Consulting Group y como socio fundador y director ejecutivo del Centro Internacional de Estudios Estratégicos para la Acuicultura (Panamá).
