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Convertir residuos en proteína: cómo la tecnología simbiótica y los fermentos están cambiando la acuicultura

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Por: David Celdrán*

Piense en su granja un lunes por la mañana. Mide el amonio, revisa el color del agua, calcula la ración del día. Y…, de pronto, observa algo que le gustaría que ocurriera siempre: la calidad del agua se mantiene estable con menos recambios, el alimento “rinde” más y las mortalidades se contienen. No hay magia: ¡Es microbiología dirigida!

Ese es el corazón de la tecnología simbiótica: convertir parte de los residuos del alimento en proteína viva (bioflóculos y zooplancton) que sus peces o camarones aprovechan entre comidas, mientras el agua se mantiene bajo control. La idea es sencilla de contar y poderosa de aplicar: si nutrimos a la microbiota correcta con el carbono apropiado y reforzamos con fermentos (consorcios de bacterias y levaduras), esos microbios se comen primero lo que hace daño (amonio/nitrito) y después se convierten en un bocado nutritivo para los animales. Este “doble servicio”, biorremediar y alimentar, es lo que ha hecho que enfoques simbióticos, como el que impulsa Bioaquafloc, ganen terreno en Latinoamérica y más allá.

¿Qué cambia exactamente en el agua?

Cuando alimentamos peces y camarones, una gran parte del nitrógeno del alimento balanceado no termina en filete; se excreta al agua como amoniaco, altamente tóxico. Si dejamos que ese amoniaco tome su curso, dependeremos de la nitrificación clásica (bacterias que primero lo convierten en nitrito y, luego, en nitrato), un proceso más lento y muy sensible a pH, oxígeno y alcalinidad.

En cambio, si aumentamos la relación carbono-nitrógeno (C:N) del sistema con fermentos, favorecemos a bacterias heterótrofas. Estas asimilan directamente amonio y amoniaco, y lo transforman en biomasa microbiana nutritiva. Es un atajo eficiente: menos tóxicos disueltos, más “microalimento” flotando.

Ese floc que es un agregado de bacterias, protozoos, microalgas y materia orgánica que mejora el agua y, además, alimenta. La literatura revisada por Crab y colegas describe esta doble función: al equilibrar carbono y nitrógeno se mejora la calidad del agua y el “desecho” se convierte en biomasa bacteriana comestible, con impactos positivos en crecimiento, factor de conversión alimenticia (FCR, por sus siglas en inglés) y sanidad del estanque.

¿Y los fermentos? El turbo de la microbiología

La tecnología simbiótica no se limita a “echar fermentos”. Integra probióticos, mezclas de (Bacillus ssp), bacterias lácticas (Lactobacillus ssp) y levaduras cultivadas sobre sustratos vegetales (salvado de arroz o trigo, por ejemplo). Se producen enzimas y ácidos orgánicos (láctico, acético, butírico), compiten con patógenos y mejoran la digestibilidad del floc y del propio alimento balanceado.

Los probióticos en acuicultura llevan años generando ganancias en digestibilidad, tolerancia al estrés y control de enfermedades, siempre que las cepas sean seguras y activas. En la práctica, esto se traduce en un agua “con vida” que no solo detoxifica, sino que nutre: los peces pastorean el floc entre tomas; los camarones “barrean” el fondo y aprovechan esa proteína microbiana. Cuando el sistema madura, el productor nota lo que realmente importa: mejor conversión y lotes más estables.

Microorganismos nutritivos del biofloc (Fuente: Bioaquafloc®).

Un dato que interesa al bolsillo: menos proteína en el alimento (cuando toca)

¿De verdad el floc alimenta?” En tilapia, algunos trabajos realizados en estanques interiores compararon dietas con 35% de proteína y 24% de proteína y no encontraron disminución de crecimiento cuando se manejó bien la tecnología (Azim y Little, 2008). El mensaje de fondo es claro: parte de la proteína puede venir del sistema, no solo del saco de alimento, si sostenemos la microbiología. Y no es un caso aislado: la evidencia acumulada indica que, bien llevado, el enfoque biofloc/simbiótico mejora el FCR y reduce la presión de enfermedades.

Al mismo tiempo recorta recambios de agua, un triple impacto en costos, bioseguridad y ambiente. Sin embargo, nada es gratis en acuicultura, y con nuestra tecnología simbiótica tampoco. Al favorecer la vía heterótrofa y mantener sólidos en suspensión, el sistema pide oxígeno y carbono; además, hay que gestionar los bioflóculos y vigilar alcalinidad (las bacterias la consumen). El documento SRAC de Hargreaves lo expone sin rodeos: el productor debe invertir en aireación confiable, medición de calidad de agua y retirada periódica de sólidos para que el beneficio no se dé vuelta.

¿Y el famoso “cono Imhoff”?

Así: si los bioflóculos aumentan demasiado, el agua se “espesa”, puede caer el oxígeno y se resienten las branquias; si están demasiado bajos, el floc es inestable y no alimenta. El arte consiste en mantenerlos en una franja moderada, retirando lodo cuando toca y ajustando el carbono con mano fina. Ese es el “tacto” que separa a una tecnología simbiótica exitosa de otra que no. Por ello, vamos a comentar tres hábitos que marcan la diferencia en la tecnología simbiótica:

  1. Primero necesitamos tener un arranque con propósito. No empiece sembrando a tope: madure el agua con aireación 24/7, un inóculo de fermentos y carbono sencillo dividido en pequeñas dosis. Busque un color “té” y bioflóculos visibles al microscopio. El objetivo de la primera semana es estabilizar el nitrógeno amoniacal total (TAN, por sus siglas en inglés) y el pH, sin forzar el sistema.
  2. Hemos de tener una relación carbono: nitrógeno (C:N) dinámica, no dogmática. El C:N no es una cifra cualquiera, es un volante: se sube cuando el TAN tiende a dispararse y se baja cuando los sólidos se acumulan. Pequeñas correcciones diarias valen más que “paladas” de última hora. La base científica detrás de esta palanca es que, con carbono extra, las bacterias heterótrofas atrapan amonio y lo incorporan a su biomasa, acelerando la retirada de tóxicos.
  3. Generación de fermentos. Un fermento eficaz necesita sustrato correcto, pH y tiempo de fermentación adecuados y microorganismos vivos. El beneficio esperado (mejor digestión, modulación inmune, cierta competencia con patógenos) está bien documentado en probióticos aplicados a peces y crustáceos.

Preguntas que los adeptos a la tecnología simbiótica se hacen

“¿Y si se me sube el nitrito?”

Es típico del arranque: la primera parte de la nitrificación de amonio a nitrito despega antes que la segunda, de nitrito a nitrato. ¿Cuál es la solución? Oxígeno alto, alcalinidad suficiente y raciones prudentes. Mantenga el carbono como amortiguador mientras madura la comunidad; no intente resolver con cambios de agua grandes si su meta es bajo recambio.

“¿Puedo bajar proteína enseguida?”

Espérese a ver su tecnología simbiótica madura y un FCR estabilizado. El estudio de Azim y Little enseña el potencial (24% vs. 35% CP), pero tras una maduración correcta; si baja proteína antes de tiempo, los peces no crecerán demasiado.

“¿Y los sabores a tierra?”

En sistemas cerrados (BFT, RAS, simbióticos) es complicado tener “off-flavors” por geosmina o MIB, compuestos que el pez absorbe del agua y que elevan los costos si obligan a depurar antes de la venta. Esto es debido a que los microorganismos benéficos de los fermentos limitan la aparición de aquellos que producen geosmina.

Como conclusión

La tecnología simbiótica no es un aditivo, es una forma de manejar la granja. Su lógica encaja con lo que más importa en esta industria: producir más con menos (menos proteína, menos antibióticos, menos agua) impactando menos al medio ambiente. Funciona porque pone a la microbiología a trabajar para usted: primero como equipo de limpieza y, luego, como fábrica de proteína.

La maduración es muy importante en este proceso, pero no es lo único. También es necesario la medición continua de parámetros fisicoquímicos (TAN, nitrito, pH, oxígeno disuelto, alcalinidad), cuide sus bioflóculos y aliméntelos con los fermentos correctos. De esta manera, el agua del estanque deja de ser un sumidero de residuos y se convierte en un ecosistema productivo. La gran idea de que el alimento balanceado no consumido y las heces se puedan convertir en proteína viva ya fue demostrada en diversos estudios científicos; lo que necesita ahora es que usted lo ponga en práctica con la tecnología simbiótica. Si quiere aprender más, visite: www.bioaquafloc.com.

* David Celdrán es doctor en Ecología Marina, máster en Acuicultura y licenciado en Ciencias Ambientales por la Universidad de Murcia. Colaborador de investigación en laboratorios en Francia, Corea del Sur, Australia y México. Fue investigador nacional SNI1 en México. Consultor de Conservation International Foundation en Costa Rica, OIRSA, Comités de Sanidad Acuícola en México y de Programas del Banco Mundial en Perú. Revisor de la Revista Ciencia y Agricultura. Tutor académico de tesis de doctorado en tecnologías simbióticas. Fundador y CEO de Bioaquafloc LLC y de la web de acuicultura simbiótica www.bioaquafloc.com

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